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Aquí todos vosotros podéis encontrar una serie de poemas redactados por mí mismo: Daxl di Axed, escritor, músico y poeta.
Vida mía: Presta un beso perdido...

miércoles, 19 de junio de 2013

Capítulo 24:


Spence Parks miró hacia la puerta abierta, vio la cámara vacía... y lo recordó todo.

Había estado aguardando la oportunidad durante semanas, trazando un plan. Desde el mismo instante en que supo del Virus-T, por los otros tipos de Seguridad, había empezado a hacer averiguaciones. Naturalmente, todo de la forma más sutil. No quería levantar sospechas, y la gente de Umbrella eran muy suspicaces.

Así que se tomó su tiempo. En primer lugar obtuvo los códigos de seguridad. A continuación buscó un comprador.

La pregunta era si implicar o no a Alice.

Había muchos factores a favor de Alice. Era dura, fuerte, decidida, brillante y la mejor amante que jamás hubiera tenido. Dios, era como una acróbata en combate, y también era como una acróbata en la cama.

Spence había tenido muchas mujeres en su vida, ése era el motivo porque el que, al principio, se había hecho policía. Su tío era policía, y siempre le había dicho: «Spence, es el mejor oficio del mundo. Estás todo el día sentado en un coche y dispones de todos los coños que puedas desear». En eso fue profético, pero su amado tío se olvidó mencionar que las ventajas sexuales apenas si compensaban sus grandes desventajas salariales.

Pero la avaricia engendra avaricia, e incluso las grandes sumas que Umbrella le pagaba no le satisfacían.

La cualidad de los coños, sin embargo, se incrementó tremendamente. Demonios, vivir por la cara en una gran mansión y tener sexo con la bella Alice casi siempre que le apetecía, eso sí que era vida.

Pero no era suficiente. No cuando sabía lo que podía conseguir por el Virus-T.

Pensó docenas de veces dejar entrar a Alice en su pequeño plan. Podían dividirse el dinero, escapar a alguna isla tropical sin tratados de extradición, y hacer el amor bajo el sol durante el resto de sus vidas o, si eran más realistas, hasta que se cansaran el uno del otro y se separaran. Pero en cualquier caso, el plan era prometedor.

Sin embargo, ella era lo suficientemente buena como para tener cuidado.

Así que la vigiló disimuladamente.

Al aire libre, Alice pidió a alguna mujer de la Colmena que la acompañara a almorzar, lo que despertó las sospechas de Spence.

Estas sospechas se convirtieron en una felicidad tremenda al descubrir Spence que la mujer era Lisa Broward, la persona que se ocupaba de la seguridad de la Reina Roja.

Para cuando se hubo acabado el almuerzo y Alice hizo que el taxi las dejara a una buena distancia de la mansión, sus sospechas llegaron al nivel del cigarrillo postcoital.

Por suerte, la mansión estaba equipada con lo mejor en equipo de vigilancia. Spence apuntó un micrófono de largo alcance hacia el área en que Alice y la mujer Broward hablaban, se puso los auriculares, y empezó a grabar.

Le tomó un tiempo que llegaran al alcance del micrófono, por lo que sólo logró algunas frases fragmentarias.

— «Me ha llevado bastante tiempo, pero no ha sido difícil descubrirlo una vez, sabía lo que buscabas» —dijo Alice.

— «¿Qué está pasando, .Alice?» —Le preguntó Broward.

— «Es un Virus-T, y tienes razón, no es en absoluto natural» —le explicó Alice.

— «¿Así que han creado un asesino que te convierte en un zombie?»

A continuación nada durante un rato. Spence escuchó sólo estática hasta que escuchó de nuevo la voz de Alice.

— «Puedo sonar como una chica Bond, Lisa, pero no soy un villano Bond. No te he traído hasta aquí para matarte. Te he traído hasta aquí para hablar contigo.»

— «¿Sobre qué?»

— «Pensaba que era obvio. Después de todo, Mahmoud Al’ Rashan era tu amigo, y no puedo creer que la compensación económica de Umbrella sirviera de mucho para que su mujer aliviara sus penas. Hay que tenerlos bien puestos para hacer lo que tú has hecho.

— «¿Quieres el virus?»

— «Puede.»

— «Puedo ayudarte a conseguir el virus. Tengo acceso a los planos de seguridad, a los códigos de vigilancia, a los laboratorios de investigación.»

— «¿Pero...?»

— «Pero todo esto tiene un precio.»

— «Di cuánto.»

— «Tienes que garantizarme que acabarás con esta compañía.»

— «¿Qué te hace pensar que quiero acabar con alguien? Quizá tan sólo quiero utilizar el virus para matar a los que asesinaron a Mahmoud.»

— «Tú no eres de ese tipo, Lisa. Créeme, conozco a los asesinos. He pasado toda mi vida adulta rodeada de ellos, a ambos lados de la ley. No tienes ni un ápice de asesina en tu interior. Lo que tienes es indignación, y eso es lo que se precisa.»

— «¿Por qué no puedes hacerlo por ti misma?»

— «Estoy demasiado implicada. Pueden impedírmelo de varias formas. Sin embargo, tú estás bastante limpia. Tan sólo has estado allí un par de veces en los últimos meses, todavía no te han podido clavar las garras demasiado. Si lo intentara yo, no funcionaría. Para ser sincera, puede que tampoco funcione contigo. Esa gente es buena.»

— «Y si la jodo, tú todavía estarás limpia.»

— «No pareces tan estúpida como lo parece Spence. Éste es un juego peligroso, Lisa. ¿Estás segura de que quieres tomar parte?»

— «Completamente segura.»

Spence ya había escuchado lo suficiente.

Apagó la grabadora.

Demasiado para la isla tropical.

Spence mantuvo un comportamiento discreto durante los siguientes días. Finalmente, su comprador le avisó de que estaba preparado.

Él y Alice habían tenido un despertar sexual excepcionalmente placentero esa mañana. Posiblemente el mejor que jamás hubieran tenido.

Irónico, la verdad.

Ella dormía mientras él se vestía. Su glorioso cuerpo desnudo estaba tendido sobre el confortable colchón.

Definitivamente, iba a echar en falta el sexo.

En un impulso, escribió: «Hoy todos tus sueños se harán realidad» sobre el bloc de notas que había en el escritorio de la habitación.

A continuación se dirigió a la Colmena.

Introdujo los códigos de seguridad adecuados para entrar, se puso el traje de protección, atravesó la puerta reforzada con titanio de la sala de temperatura controlada que albergaba el Virus-T, e introdujo, de nuevo, el código adecuado. El ordenador no era muy sabio.

Se dirigió a los armarios del utillaje, recogió una pistola hipodérmica y un maletín metálico. La pistola encajaba a la perfección en uno de los compartimentos del maletín. El resto de compartimentos estaban pensados para colocar los tubos cilíndricos.

Se dirigió a la pared más alejada, que incluía la ventana de plastiglás, y una ranura horizontal debajo de ésta. Spence abrió la ranura y activo el control. Esta se deslizó hacia abajo y dejó que pasara el maletín al interior de la pequeña sala.

Una vaporosa condensación surgió a través de la ranura, como si la temperatura en el interior de la sala fuera bastante baja. Sólo el traje de protección le impedía sentir el frío que surgía del interior.

La ranura se cerró una vez introducido el maletín. Spence activó varios de los controles, uno de ellos desplegó las pinzas de ambos lados de la ventana, otro deslizó la parte inferior de la sala para revelar catorce viales.

Spence manipuló las pinzas y colocó cada uno de los viales en una de las ranuras, la mitad de Virus-T, la otra mitad del antivirus.

Cuando los catorce viales estuvieron colocados en su lugar, el maletín se cerró automáticamente, y se selló. Con la bandeja vacía de viales y el maletín sellado, el ordenador dejó que la ranura volviera a abrirse. Al hacerlo, Spence cogió el maletín y lo sacó de la sala de temperatura controlada, hasta el laboratorio adyacente.

Se quitó el traje de protección, se puso un par de guantes de goma, e introdujo un código. El maletín se abrió, una acción que servía para dos propósitos: verificar que el código funcionaba, y permitir a Spence acceder a los viales que contenían el líquido azul.

Sacó un vial con su mano protegida, selló otra vez el maletín, lo colocó en un macuto que cerró con cuidado y se lo colgó a la espalda.

Antes de salir del laboratorio, tiró el vial al centro de la habitación, se giró para salir, cerró y aseguró la puerta.

Tenía que moverse con rapidez, tenía menos de cinco minutos antes de que la Reina sellara todo el lugar. Necesitaba dos minutos para llegar al nivel de la estación de tren. Al moverse tan rápido, colisionó con uno de los tipos de la corporación, lo que le valió una mancha de café y un sarcástico «¡De nada!» procedente de la víctima, pero Spence ni se preocupó en devolverle la mirada. Siguió camino del tren.

Como una de las dos personas de Seguridad asignada a la mansión, le fue muy sencillo apartar del tren al ingeniero de turno. Tras colocar el maletín en el cajón de almacenamiento, condujo el tren hasta la mansión y abrió la trampilla que daba a las ruedas. Desconectó los cables que conectaban el tren al tercer raíl, y se dirigió al compartimento para recuperar su premio.

Lo siguiente que sabía era que se había despertado en el tren, rodeado por Alice, One, los hombres de One, y otro tipo al que no conocía, dirigiéndose de vuelta a la Colmena, pero sin recordar quién era él.

El puto ordenador se había movido con demasiada rapidez. Y de todas formas, ¿Por qué había gaseado la estación de tren y la mansión?

Pero eso no importaba.

Spence lo recordaba todo.

— ¿Spence?

Se giró para mirar a Alice.

Entonces vio la mesa en la que ella había dejado el Colt de Meléndez.

¿Recordaría Alice todo?, ¿Importaba?

Ambos se lanzaron hacia la pistola a la vez.

Spence fue tan sólo un poco más rápido.

—Tsk, tsk, tsk —dijo él y apuntó el arma hacia Alice, que se incorporaba del suelo inundado al que había caído tras su fallido intento de recuperar el Colt, que Spence sostenía en esos momentos. Entonces apuntó el arma a Addison para asegurarse de que no intentaba nada, y volvió a apuntar a Alice. No se preocupó de apuntar a Meléndez. Ella ya no era un factor a tener en cuenta.

—Todavía podemos salir de aquí —dijo él—. Venid conmigo. Podemos tener todo lo que jamás hayamos deseado. El dinero está justo allí fuera, esperándonos. No podéis ni imaginar cuánto.

Alice le lanzó una mirada que él conocía demasiado bien. Aunque no hubiera recuperado toda su memoria, su personalidad volvía definitivamente a surgir a la superficie.

Bajo otras circunstancias, Spence podría haberlo considerado excitante.

— ¿Es así como pensabas que todos mis sueños se harían realidad?

Spence se habría reído, si no fuera porque Addison eligió ese preciso instante para bajar las escaleras e intentar algún estúpido truco de héroe. Este duró hasta que Spence le mostró el Colt justo delante de su cara.

—Por favor, no me gustaría tener que dispararte. —Spence sonreía—. Puedo necesitar las balas. —La sonrisa desapareció—. Retrocede.

Addison retrocedió.

Con voz calmada, Alice le contestó.

—No voy a sacar tajada de nada de todo esto.

Spence no había esperado menos.

—De acuerdo. Pero no puedes simplemente lavarte las manos en todo este asunto. Trabajamos para la misma compañía.

—Yo trataba de detenerlos.

Así que ella ya recordaba. Bien por ella.

— ¿Realmente crees que tipos como él —señaló a Addison con la pistola— serán capaces jamás de cambiar algo? Estás equivocada. Nunca cambia nada.

— ¿Dónde está el antivirus? —Le preguntó Meléndez con voz reseca.

Spence tenía que reconocerlo, hacía mucho que ya no tenía que estar entre ellos, pero Rain se aferraba a la vida. Literalmente.

Su pregunta causó otra risilla entre dientes. Más ironías.

—Está en el tren, donde me encontrasteis. No podéis haber pasado a más de un metro de él. Casi lo consigo. No me di cuenta de que esa puta también tenía sistemas de defensa en el exterior de la Colmena.

—Se giró hacia Alice. ¿Dentro o fuera?

Ella no dijo nada.

Él repitió la pregunta.

— ¿Dentro o fuera?

—No sé lo que teníamos —dijo ella finalmente—, pero se ha acabado.

Todo lo que habían tenido era un sexo magnífico. Y eso era muy fácil encontrarlo en otro lugar.

Entonces sintió un cuerpo a su espalda y un dolor agudo en su hombro izquierdo.

Apuntó el arma hacia atrás y disparó tres balas en las entrañas del zombie. Eso derribó a la figura. Se giró, y levantó salpicaduras de agua por doquier al hacerlo; disparó de nuevo contra la cabeza del zombie, al que, en ese momento, reconoció como la doctora Bolt, una de las personas que desarrollaban el virus.

Addison, al ser ese tipo de capullo, decidió tratar de aprovechar la ventaja. Saltó contra Spence desde atrás, pero Spence le clavó el codo en la cabeza, y cayó al agua.

Antes que Alice pudiera intentar algo parecido, volvió a levantar el Colt.

— ¡Atrás! Atrás, maldita sea.

Él se movió lentamente hacia atrás, hacia las escaleras. Alice se movió junto a él y le miró con aquellos tremendos ojos azules que tenía.

Los mismos ojos que tenía cuando se tomó su foto de bodas, y pensó que ella había sido fantástica en la cama.

Esos mismos ojos que le miraron con añoranza o con desprecio, depende, cuando finalmente la metió en el asunto.

Ahora esos ojos sólo mostraron la promesa de que, si tenía media oportunidad, le patearía el trasero con sus felicitaciones.

Bien, pues a la mierda lo que pensara. Él tenía el arma.

—Realmente te echaré a faltar.

Se movió hacia atrás, atravesó la puerta y la cerró.

Entonces conectó el dispositivo de cierre.

Con un poco de suerte, Meléndez moriría y se comería a los otros dos en vida. Entonces todo estaría limpio. Ningún testigo, ningún rastro de lo que le sucedió al virus.

Y Spence sería libre de vender su nueva adquisición.

Pero en primer lugar, ahora que estaba infectado, debía inyectarse un poco de la sustancia verde en su propia sangre. Pero eso sería algo sencillo, y podía permitírselo. Después de todo, como había roto uno de los viales del virus cuando afectó la Colmena, tenía un número impar, así que utilizar el antivirus en él mismo no era ningún problema.

Por segunda vez ese día, corrió hacia los niveles superiores de la Colmena para escapar.