Te miro, te abrazo, te siento, te extraño;
Me odias, te olvido, te pierdo, me muero.
No me lloras, me pierdo, te busco, más no estás;
Cierro mis ojos, ya no te toco.
Estás ahí, sentada donde siempre te veo,
Pero, ya no te toco, pues estoy muerto;
No me di cuenta qué ni quién me mató,
Voy en busca de mi cuerpo, cansado.
Cansado estoy de buscar respuestas,
Respuestas que me llevan a un: “te amo”;
Me veo tendido en el suelo, mis muñecas sangran,
Una foto en mi mano, pegada al pecho,
Abro mis ojos aletargados, veo que eres tú.
Mi cuello está lastimado, destrozado,
Creí que había sido un sueño;
Pero no, es verdad y me encuentro inerte,
Morí por alguien que vale la pena.
Ahora me doy cuenta de ello,
Una puerta obscura se abre ante mí,
Algo que desconozco, una voz maquiavélica,
Me llama, me da un poco de miedo y dice:
–“Esto es lo que buscabas en la obscuridad;
No es tan agradable después de todo,
No es bueno el dolor en este plano”–.
Al momento, entro, la puerta se cierra y digo:
–“Estoy muerto y jamás volveré a verte,
Pero, creo que así, estarás mejor… adiós”–.
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