Spence
Parks miró hacia la puerta abierta, vio la cámara vacía... y lo recordó todo.
Había
estado aguardando la oportunidad durante semanas, trazando un plan. Desde el
mismo instante en que supo del Virus-T, por los otros tipos de Seguridad, había
empezado a hacer averiguaciones. Naturalmente, todo de la forma más sutil. No
quería levantar sospechas, y la gente de Umbrella eran muy suspicaces.
Así
que se tomó su tiempo. En primer lugar obtuvo los códigos de seguridad. A
continuación buscó un comprador.
La
pregunta era si implicar o no a Alice.
Había
muchos factores a favor de Alice. Era dura, fuerte, decidida, brillante y la
mejor amante que jamás hubiera tenido. Dios, era como una acróbata en combate,
y también era como una acróbata en la cama.
Spence
había tenido muchas mujeres en su vida, ése era el motivo porque el que, al
principio, se había hecho policía. Su tío era policía, y siempre le había
dicho: «Spence, es el mejor oficio del mundo. Estás todo el día sentado en un
coche y dispones de todos los coños que puedas desear». En eso fue profético,
pero su amado tío se olvidó mencionar que las ventajas sexuales apenas si
compensaban sus grandes desventajas salariales.
Pero
la avaricia engendra avaricia, e incluso las grandes sumas que Umbrella le
pagaba no le satisfacían.
La
cualidad de los coños, sin embargo, se incrementó tremendamente. Demonios,
vivir por la cara en una gran mansión y tener sexo con la bella Alice casi
siempre que le apetecía, eso sí que era vida.
Pero
no era suficiente. No cuando sabía lo que podía conseguir por el Virus-T.
Pensó
docenas de veces dejar entrar a Alice en su pequeño plan. Podían dividirse el
dinero, escapar a alguna isla tropical sin tratados de extradición, y hacer el
amor bajo el sol durante el resto de sus vidas o, si eran más realistas, hasta
que se cansaran el uno del otro y se separaran. Pero en cualquier caso, el plan
era prometedor.
Sin
embargo, ella era lo suficientemente buena como para tener cuidado.
Así
que la vigiló disimuladamente.
Al
aire libre, Alice pidió a alguna mujer de la Colmena que la acompañara a
almorzar, lo que despertó las sospechas de Spence.
Estas
sospechas se convirtieron en una felicidad tremenda al descubrir Spence que la
mujer era Lisa Broward, la persona que se ocupaba de la seguridad de la Reina
Roja.
Para
cuando se hubo acabado el almuerzo y Alice hizo que el taxi las dejara a una
buena distancia de la mansión, sus sospechas llegaron al nivel del cigarrillo
postcoital.
Por
suerte, la mansión estaba equipada con lo mejor en equipo de vigilancia. Spence
apuntó un micrófono de largo alcance hacia el área en que Alice y la mujer
Broward hablaban, se puso los auriculares, y empezó a grabar.
Le
tomó un tiempo que llegaran al alcance del micrófono, por lo que sólo logró
algunas frases fragmentarias.
—
«Me ha llevado bastante tiempo, pero no ha sido difícil descubrirlo una vez,
sabía lo que buscabas» —dijo Alice.
—
«¿Qué está pasando, .Alice?» —Le preguntó Broward.
—
«Es un Virus-T, y tienes razón, no es en absoluto natural» —le explicó Alice.
—
«¿Así que han creado un asesino que te convierte en un zombie?»
A
continuación nada durante un rato. Spence escuchó sólo estática hasta que
escuchó de nuevo la voz de Alice.
—
«Puedo sonar como una chica Bond, Lisa, pero no soy un villano Bond. No te he
traído hasta aquí para matarte. Te he traído hasta aquí para hablar contigo.»
—
«¿Sobre qué?»
—
«Pensaba que era obvio. Después de todo, Mahmoud Al’ Rashan era tu amigo, y no
puedo creer que la compensación económica de Umbrella sirviera de mucho para
que su mujer aliviara sus penas. Hay que tenerlos bien puestos para hacer lo
que tú has hecho.
—
«¿Quieres el virus?»
—
«Puede.»
—
«Puedo ayudarte a conseguir el virus. Tengo acceso a los planos de seguridad, a
los códigos de vigilancia, a los laboratorios de investigación.»
—
«¿Pero...?»
—
«Pero todo esto tiene un precio.»
—
«Di cuánto.»
—
«Tienes que garantizarme que acabarás con esta compañía.»
—
«¿Qué te hace pensar que quiero acabar con alguien? Quizá tan sólo quiero
utilizar el virus para matar a los que asesinaron a Mahmoud.»
—
«Tú no eres de ese tipo, Lisa. Créeme, conozco a los asesinos. He pasado toda
mi vida adulta rodeada de ellos, a ambos lados de la ley. No tienes ni un ápice
de asesina en tu interior. Lo que tienes es indignación, y eso es lo que se
precisa.»
—
«¿Por qué no puedes hacerlo por ti misma?»
—
«Estoy demasiado implicada. Pueden impedírmelo de varias formas. Sin embargo,
tú estás bastante limpia. Tan sólo has estado allí un par de veces en los
últimos meses, todavía no te han podido clavar las garras demasiado. Si lo
intentara yo, no funcionaría. Para ser sincera, puede que tampoco funcione
contigo. Esa gente es buena.»
—
«Y si la jodo, tú todavía estarás limpia.»
—
«No pareces tan estúpida como lo parece Spence. Éste es un juego peligroso,
Lisa. ¿Estás segura de que quieres tomar parte?»
—
«Completamente segura.»
Spence
ya había escuchado lo suficiente.
Apagó
la grabadora.
Demasiado
para la isla tropical.
Spence
mantuvo un comportamiento discreto durante los siguientes días. Finalmente, su
comprador le avisó de que estaba preparado.
Él
y Alice habían tenido un despertar sexual excepcionalmente placentero esa
mañana. Posiblemente el mejor que jamás hubieran tenido.
Irónico,
la verdad.
Ella
dormía mientras él se vestía. Su glorioso cuerpo desnudo estaba tendido sobre
el confortable colchón.
Definitivamente,
iba a echar en falta el sexo.
En
un impulso, escribió: «Hoy todos tus sueños se harán realidad» sobre el bloc de
notas que había en el escritorio de la habitación.
A
continuación se dirigió a la Colmena.
Introdujo
los códigos de seguridad adecuados para entrar, se puso el traje de protección,
atravesó la puerta reforzada con titanio de la sala de temperatura controlada
que albergaba el Virus-T, e introdujo, de nuevo, el código adecuado. El
ordenador no era muy sabio.
Se
dirigió a los armarios del utillaje, recogió una pistola hipodérmica y un
maletín metálico. La pistola encajaba a la perfección en uno de los
compartimentos del maletín. El resto de compartimentos estaban pensados para
colocar los tubos cilíndricos.
Se
dirigió a la pared más alejada, que incluía la ventana de plastiglás, y una
ranura horizontal debajo de ésta. Spence abrió la ranura y activo el control.
Esta se deslizó hacia abajo y dejó que pasara el maletín al interior de la
pequeña sala.
Una
vaporosa condensación surgió a través de la ranura, como si la temperatura en
el interior de la sala fuera bastante baja. Sólo el traje de protección le
impedía sentir el frío que surgía del interior.
La
ranura se cerró una vez introducido el maletín. Spence activó varios de los
controles, uno de ellos desplegó las pinzas de ambos lados de la ventana, otro
deslizó la parte inferior de la sala para revelar catorce viales.
Spence
manipuló las pinzas y colocó cada uno de los viales en una de las ranuras, la
mitad de Virus-T, la otra mitad del antivirus.
Cuando
los catorce viales estuvieron colocados en su lugar, el maletín se cerró
automáticamente, y se selló. Con la bandeja vacía de viales y el maletín
sellado, el ordenador dejó que la ranura volviera a abrirse. Al hacerlo, Spence
cogió el maletín y lo sacó de la sala de temperatura controlada, hasta el
laboratorio adyacente.
Se
quitó el traje de protección, se puso un par de guantes de goma, e introdujo un
código. El maletín se abrió, una acción que servía para dos propósitos:
verificar que el código funcionaba, y permitir a Spence acceder a los viales
que contenían el líquido azul.
Sacó
un vial con su mano protegida, selló otra vez el maletín, lo colocó en un
macuto que cerró con cuidado y se lo colgó a la espalda.
Antes
de salir del laboratorio, tiró el vial al centro de la habitación, se giró para
salir, cerró y aseguró la puerta.
Tenía
que moverse con rapidez, tenía menos de cinco minutos antes de que la Reina
sellara todo el lugar. Necesitaba dos minutos para llegar al nivel de la
estación de tren. Al moverse tan rápido, colisionó con uno de los tipos de la
corporación, lo que le valió una mancha de café y un sarcástico «¡De nada!»
procedente de la víctima, pero Spence ni se preocupó en devolverle la mirada.
Siguió camino del tren.
Como
una de las dos personas de Seguridad asignada a la mansión, le fue muy sencillo
apartar del tren al ingeniero de turno. Tras colocar el maletín en el cajón de
almacenamiento, condujo el tren hasta la mansión y abrió la trampilla que daba
a las ruedas. Desconectó los cables que conectaban el tren al tercer raíl, y se
dirigió al compartimento para recuperar su premio.
Lo
siguiente que sabía era que se había despertado en el tren, rodeado por Alice,
One, los hombres de One, y otro tipo al que no conocía, dirigiéndose de vuelta
a la Colmena, pero sin recordar quién era él.
El
puto ordenador se había movido con demasiada rapidez. Y de todas formas, ¿Por qué
había gaseado la estación de tren y la mansión?
Pero
eso no importaba.
Spence
lo recordaba todo.
—
¿Spence?
Se
giró para mirar a Alice.
Entonces
vio la mesa en la que ella había dejado el Colt de Meléndez.
¿Recordaría
Alice todo?, ¿Importaba?
Ambos
se lanzaron hacia la pistola a la vez.
Spence
fue tan sólo un poco más rápido.
—Tsk,
tsk, tsk —dijo él y apuntó el arma hacia Alice, que se incorporaba del suelo
inundado al que había caído tras su fallido intento de recuperar el Colt, que
Spence sostenía en esos momentos. Entonces apuntó el arma a Addison para
asegurarse de que no intentaba nada, y volvió a apuntar a Alice. No se preocupó
de apuntar a Meléndez. Ella ya no era un factor a tener en cuenta.
—Todavía
podemos salir de aquí —dijo él—. Venid conmigo. Podemos tener todo lo que jamás
hayamos deseado. El dinero está justo allí fuera, esperándonos. No podéis ni
imaginar cuánto.
Alice
le lanzó una mirada que él conocía demasiado bien. Aunque no hubiera recuperado
toda su memoria, su personalidad volvía definitivamente a surgir a la
superficie.
Bajo
otras circunstancias, Spence podría haberlo considerado excitante.
—
¿Es así como pensabas que todos mis sueños se harían realidad?
Spence
se habría reído, si no fuera porque Addison eligió ese preciso instante para
bajar las escaleras e intentar algún estúpido truco de héroe. Este duró hasta
que Spence le mostró el Colt justo delante de su cara.
—Por
favor, no me gustaría tener que dispararte. —Spence sonreía—. Puedo necesitar
las balas. —La sonrisa desapareció—. Retrocede.
Addison
retrocedió.
Con
voz calmada, Alice le contestó.
—No
voy a sacar tajada de nada de todo esto.
Spence
no había esperado menos.
—De
acuerdo. Pero no puedes simplemente lavarte las manos en todo este asunto. Trabajamos
para la misma compañía.
—Yo
trataba de detenerlos.
Así
que ella ya recordaba. Bien por ella.
—
¿Realmente crees que tipos como él —señaló a Addison con la pistola— serán
capaces jamás de cambiar algo? Estás equivocada. Nunca cambia nada.
—
¿Dónde está el antivirus? —Le preguntó Meléndez con voz reseca.
Spence
tenía que reconocerlo, hacía mucho que ya no tenía que estar entre ellos, pero
Rain se aferraba a la vida. Literalmente.
Su
pregunta causó otra risilla entre dientes. Más ironías.
—Está
en el tren, donde me encontrasteis. No podéis haber pasado a más de un metro de
él. Casi lo consigo. No me di cuenta de que esa puta también tenía sistemas de
defensa en el exterior de la Colmena.
—Se
giró hacia Alice. ¿Dentro o fuera?
Ella
no dijo nada.
Él
repitió la pregunta.
—
¿Dentro o fuera?
—No
sé lo que teníamos —dijo ella finalmente—, pero se ha acabado.
Todo
lo que habían tenido era un sexo magnífico. Y eso era muy fácil encontrarlo en
otro lugar.
Entonces
sintió un cuerpo a su espalda y un dolor agudo en su hombro izquierdo.
Apuntó
el arma hacia atrás y disparó tres balas en las entrañas del zombie. Eso
derribó a la figura. Se giró, y levantó salpicaduras de agua por doquier al
hacerlo; disparó de nuevo contra la cabeza del zombie, al que, en ese momento,
reconoció como la doctora Bolt, una de las personas que desarrollaban el virus.
Addison,
al ser ese tipo de capullo, decidió tratar de aprovechar la ventaja. Saltó
contra Spence desde atrás, pero Spence le clavó el codo en la cabeza, y cayó al
agua.
Antes
que Alice pudiera intentar algo parecido, volvió a levantar el Colt.
—
¡Atrás! Atrás, maldita sea.
Él
se movió lentamente hacia atrás, hacia las escaleras. Alice se movió junto a él
y le miró con aquellos tremendos ojos azules que tenía.
Los
mismos ojos que tenía cuando se tomó su foto de bodas, y pensó que ella había
sido fantástica en la cama.
Esos
mismos ojos que le miraron con añoranza o con desprecio, depende, cuando
finalmente la metió en el asunto.
Ahora
esos ojos sólo mostraron la promesa de que, si tenía media oportunidad, le patearía
el trasero con sus felicitaciones.
Bien,
pues a la mierda lo que pensara. Él tenía el arma.
—Realmente
te echaré a faltar.
Se
movió hacia atrás, atravesó la puerta y la cerró.
Entonces
conectó el dispositivo de cierre.
Con
un poco de suerte, Meléndez moriría y se comería a los otros dos en vida.
Entonces todo estaría limpio. Ningún testigo, ningún rastro de lo que le
sucedió al virus.
Y
Spence sería libre de vender su nueva adquisición.
Pero
en primer lugar, ahora que estaba infectado, debía inyectarse un poco de la
sustancia verde en su propia sangre. Pero eso sería algo sencillo, y podía
permitírselo. Después de todo, como había roto uno de los viales del virus
cuando afectó la Colmena, tenía un número impar, así que utilizar el antivirus
en él mismo no era ningún problema.
Por
segunda vez ese día, corrió hacia los niveles superiores de la Colmena para
escapar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario