Justo
cuando Alice estaba a punto de administrarle la vacuna a Matt, la puerta del
salón se abrió.
Tuvo
que protegerse los ojos de la cegadora luz blanca con una mano, para lograr ver
a al menos media docena de personas vestidas con trajes de protección
biológica.
—
¿Qué ocurre?, ¿Qué están haciendo?
Uno
de ellos se dirigió hacia Alice mientras otros dos se arrodillaban junto a
Matt.
—
¡Quietos!
Repelió
al que se le acercaba con unos cuantos puñetazos bien colocados. Los tres que
quedaban la intentaron agarrar para inmovilizarla, mientras los otros dos se
llevaban a Matt.
Sólo
tardó cuatro segundos en librarse de los tres que intentaban agarrarla. Después
de todo a lo que se había enfrentado, tres tipos vestidos con trajes de
protección no iban a resultarle un problema.
—
¡Matt!
Habían
convertido el salón en una especie de área esterilizada, con equipo que parecía
sacado de un hospital, incluida una camilla de examen clínico.
Varios
de los individuos con traje de protección tendían a Matt en esa mesa.
Empezaron
a salir tentáculos de las tres heridas que Matt tenía en el brazo.
—Está
mutando. Lo quiero en el Programa Némesis —dijo uno de los tipos con traje de
protección.
Alice
corrió para rescatar a Matt, pero otros dos trajes la agarraron antes de que
pudiera llegar; mientras los demás ataban con correas a Matt a la camilla y lo
sacaban del lugar.
—
¡Matt! —Volvió a gritar Alice mientras le partía la placa facial a uno de los
trajes. Luego pateó al otro en las pelotas.
Sin
embargo, daba la impresión de que por cada dos de aquellos tipos que derribaba,
aparecían tres.
Estaba
exhausta, tanto física como mentalmente. Incluso ella tenía sus límites, y ya
los había alcanzado.
Sintió
que la pinchaban con una aguja en el muslo. Le propinó una patada con esa misma
pierna a otro en la placa facial y se la partió, pero inmediatamente después,
las extremidades dejaron de responder a las órdenes que les daba su cerebro.
Cayó
al suelo y una neblina grisácea le ofuscó la visión. Oyó una voz que le resultó
muy familiar.
—La
quiero en cuarentena y en observación constante. Que le hagan una batería
completa de análisis de sangre. Quiero saber si está infectada. Llevadla a las
instalaciones de Raccoon City. Después quiero que organicéis un equipo nuevo.
Vamos a reabrir la Colmena. Tenemos que saber qué ha ocurrido ahí abajo.
Alice
reconoció por fin la voz, un momento antes de perder la conciencia.
El
mayor Timothy Caín el Capaz. Vicepresidente de Operaciones. Su jefe.
—En
marcha, ya.
Luego
todo se quedó en blanco.
Durante
un tiempo.
Cuando
Alice se despertó, estaba, de nuevo, desnuda.
Sin
embargo, esta vez lo que apenas la tapaba no era una cortina de ducha, sino un
camisón de hospital.
Y
en vez de estar dentro de una ducha abierta, estaba atada a algo.
No,
atada no. Conectada.
Eran
cables. Le habían insertado cables. Los tenía colocados en las piernas y en el
torso, en los brazos y en la cabeza.
Se
incorporó. ¡Dolor!
Un
dolor espantoso, rugiente y aterrador que llegaba a entumecer los pensamientos
le recorrió todas y cada una de las fibras de su ser.
Se
arrancó los cables del brazo izquierdo.
El
simple acto de arrancárselos provocó que el dolor fuera infinita e
increíblemente peor.
Pero
luego disminuyó.
Eso
la animó a hacer lo mismo con los que tenía en el brazo derecho.
Ocurrió
lo mismo: el dolor empeoró al principio, pero luego disminuyó hasta algo casi
tolerable.
Dejó
los dos últimos, conectados a cada lado de la cabeza, para el final.
A
pesar de lo agónico y terrible que había sido el dolor cuando se despertó, el
sufrimiento que sintió cuando se los arrancó de la cabeza estaba varias
galaxias más allá.
Observó
con atención el lugar donde se encontraba cuando la ardiente agonía disminuyó
hasta convertirse en un dolor profundo y palpitante.
Cuando
se despertó, estaba encima de una mesa de examen. Media docena de luces
brillaban sobre ella. En ese momento, sin embargo, descubrió que estaba en el
suelo, delante de la mesa.
No
logró que le respondieran las piernas.
Miró
a su alrededor y se fijó en que cada uno de los cables que se había arrancado
estaba conectado al techo.
Aparte
de las luces, de una puerta, de los cables y de la mesa de examen, la
habitación era blanca y estaba vacía, aunque vio que también había un espejo.
Alice
no tuvo duda alguna de que se trataba de una ventana disimulada.
Consiguió
ponerse en pie con un tremendo esfuerzo. Las piernas parecían no recordar con
exactitud cómo debían funcionar.
Trastabilló
hasta llegar al espejo ventana y le propinó un golpe para pedir ayuda.
Si
alguien la oyó, no dio muestras de haberlo hecho.
Se
preguntó dónde estaría Matt.
Se
preguntó si habría oído bien a Caín, si estaba tan loco como para reabrir la
Colmena después de que hubiera muerto tanta gente allí abajo.
Alice
Abernathy lo recordó todo esta vez. Recordó haber leído sobre el Virus-T.
Recordó que pensó que había que hacer algo al respecto. Recordó haber hablado
con Lisa Broward. Recordó haberse acostado con Spence, y despertarse para
descubrir que había desaparecido. Recordó que se había metido en la ducha y que
la afectó el gas nervioso.
Joder,
hasta recordó cómo se jugaba al béisbol.
Recordó
también algo más. Le había escrito un informe a Caín el Capaz donde le indicaba
un fallo de diseño en los mecanismos de apertura mediante tarjeta, en el tipo
de puertas de seguridad que utilizaba Umbrella en todas sus instalaciones. Un
golpe de punzón bien colocado era capaz de anular los circuitos y provocar la
apertura de las puertas.
Caín
no confirmó la recepción del informe. Alice estaba segura de que ni siquiera se
había preocupado de arreglar ese problema. Caín era un cabrón muy arrogante.
Alice
empuñó uno de los cables empapados de sangre que había tenido conectado hasta
hacía poco al brazo. Lo introdujo en la ranura del mecanismo y forcejeó un poco
con él hasta que la puerta se abrió.
No,
no había llegado a arreglar ese problema.
Capullo.
Recorrió
los pasillos de lo que reconoció como el hospital de Raccoon City. El ala del
edificio donde se encontraba era una donación de Umbrella, y la utilizaban para
sus propios propósitos con bastante frecuencia.
Todos
los pasillos estaban absolutamente vacíos.
Ni
médicos, ni enfermeras, ni pacientes.
Nada.
Ni nadie.
El
silencio era ensordecedor. No sólo no había señal alguna de actividad humana.
Parecía que tampoco existiera posibilidad alguna de actividad humana.
Al
pasar por delante de un armario ropero se apropió de una bata de médico y se la
puso por encima del escaso camisón.
Llegó
a la puerta principal, y salió.
Lo
que vio hizo que lo ocurrido en la Colmena fuera un simple paseo por el parque.
Había vehículos abandonados y estrellados: autobuses, coches, bicicletas,
motocicletas, furgonetas de reparto.
Las
aceras estaban partidas, los contenedores de basura, volcados. Los edificios
mostraban daños, con ventanas rotas y fachadas agrietadas. La basura estaba
tirada por doquier. Las farolas habían caído derribadas. Había fuego y humo por
doquier.
Y
sangre por todas partes.
Pero
no vio ni un solo cadáver.
Recorrió
la calle con pasos lentos y cuidadosos con los pies descalzos para intentar
esquivar los peores trozos de acera rota, llenas de cascotes y de cristales
rotos.
En
un kiosco vio varios ejemplares del Raccoon City Times. En la primera página se
leía: «¡Los muertos caminan!».
Los
cabrones habían reabierto la Colmena y habían dejado sueltos a los empleados
infectados.
Capullos.
Alice
siguió sin ver gente viva o muerta. O no muerta.
Sin
embargo, sabía que eso no iba a durar mucho.
Dos
de las decenas de coches abandonados y destrozados eran vehículos patrulla de
la policía de Raccoon City. Le echó un vistazo al interior de uno, y luego al
del otro, donde encontró lo que buscaba.
Una
escopeta. Comprobó que tuviera el cargador lleno. Así era.
Alice
desplazó la corredera para meter un cartucho en la recámara. Y esperó.
Continuará
en:
Resident Evil:
Apocalypse
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